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  • Departamento de Filosofía

LA AUTONOMÍA DE LA MORAL, por Alba Botija, 1º BAH

Actualizado: 2 abr 2020

La autonomía moral es la capacidad que tiene un individuo para conocer y juzgar la bondad o maldad de las acciones, tanto propias como ajenas. Por lo que, cada individuo es capaz de controlarla, pero ¿podría jugarnos una mala pasada? Vamos a verlo a través de la argumentación de Immanuel Kant y la diferencia entre la autonomía en sentido moral y personal.


La autonomía moral es la capacidad de deliberar y darse la ley moral, en lugar de simplemente prestar atención a los mandatos de los demás. La autonomía personal es la capacidad de decidir por uno mismo y seguir un curso de acción en la vida, a menudo independientemente de cualquier contenido moral en particular. Esta idea de autonomía lleva implícita la idea de libertad, pues el carácter libre de poder actuar como uno o una quiera constituye también la base del carácter moral. De ahí que sostenga:


“La moralidad es, pues, la relación de las acciones con la autonomía de la voluntad”.


En este sentido, la libertad que uno posee ante cualquier situación puede darse en un sentido moral (el ser humano actúa correctamente, es decir, actúa de acuerdo con las normas asumidas), y en otro inmoral (el ser humano actúa incorrectamente, decide libremente saltarse las normas). ¿Y quién decide sobre esas normas? Kant lo explica a través del ‘Imperativo categórico’, a saber: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal".


Es por ello que, las normas morales en la que se basa un individuo para actuar en cada situación pertenecen al “deber ser”, el cual a diferencia del “ser” que pertenece al ámbito de la naturaleza, pertenece al ámbito de la moral. Es importante en este sentido remarcar que aunque la norma moral sea de obligado cumplimiento, está íntimamente relacionada con la libertad, ya que la presupone tal y como hemos explicado a través de su imperativo categórico. Y es por ello que podemos afirmar que las normas morales poseen un doble carácter: de libertad, por un lado, y de obligatoriedad, por otro.


En este sentido, todo individuo parte del concepto de “buena voluntad” o “buena persona”, es decir, la idea de alguien está comprometida sólo a tomar decisiones moralmente dignas. Por ejemplo, imaginemos que un familiar ha estafado una suma considerable de dinero. ¿Debemos denunciarlo? Según Kant y su imperativo, según el “deber ser”, siempre debes hacer lo correcto, por lo que deberías denunciar sin lugar a dudas.


Pero, ¿cómo puede nuestra autonomía jugarnos una mala pasada? La respuesta sería dejándonos llevar por aquellos deseos e inclinaciones que nos tientan a la inmoralidad.


El objetivo kantiano de toda esta teoría moral que parte de la autonomía es una justicia universal. Ahora bien, la ley o norma moral no puede ser impuesta desde fuera del sujeto, ni por la naturaleza, ni por la autoridad civil, según el autor, debe dictarse la ley a sí misma, para así, ser una ley universal.


En conclusión, Kant define la moralidad con una relación directa entre la forma de pensar o creencias del individuo y la forma de actuar. Es decir, todo individuo está atento a las consecuencias que pueden repercutir ante aquello que realice. Es por ello que, el único camino verdadero hacia la pureza moral es el que pasa por la autonomía. Además en tanto que la conciencia influye sobre la forma de obrar, podemos formular distintas formas de actuar ante una situación, en las que pueden existir opciones erróneas, y en caso de que escojamos dicha alternativa, nuestro conocimiento podría hacernos jugar una mala pasada. En mi opinión, la teoría de Kant, es lógica, puesto que si todo individuo cumpliera correctamente con sus obligaciones y responsabilidades, estoy segura de que habría más justicia. Además, puede hacerte mejor persona, ya que además de llevar consigo a cabo la responsabilidad, fomenta también una autocrítica.


Alba Botija, 1º BAH


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