NI SORORIDAD NI FRATERNIDAD: HERMANDAD, por Eugenio Piñero
- Departamento de Filosofía
- 5 abr 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 12 may 2020
Recientemente se han publicado en este Blog dos artículos sobre feminismo, uno firmado por las alumnas de 2º de Bachillerato y otro firmado por alumnos de 2º de Bachillerato: sobre la “sororidad” y sobre el papel que debemos jugar los hombres en las reivindicaciones feministas, respectivamente. Y aunque estoy de acuerdo con ellos en lo esencial (la defensa del feminismo) contienen ideas o expresiones que no puedo aceptar.
Me parece muy adecuado que se use el neologismo “sororidad” para hacer hincapié en la idea de que todas las mujeres, por su condición de mujeres, sufren discrimaciones derivadas del sistema patriarcal en el que nos han educado, y que, por tanto, debiera existir un interés común a todas las mujeres por la emancipación (independientemente de su ideología particular, su raza, su estatus socieconómico, etc.), que les tendría que unir en la una lucha por la igualdad respecto a los hombres. Con este término se ha querido llamar la atención sobre la necesidad de la unión de todas las mujeres para conseguir una sociedad igualitaria. Hasta ahí, de acuerdo.
Por otro lado, el término “fraternidad” se ha demostrado en la práctica (revolución francesa) y en su etimología (por su raíz latina) un término que excluye a las mujeres. Pero no es menos cierto que el término “sororidad” presenta una etimología tan excluyente como su homólogo. Además, tal como se define en el artículo firmado por las alumnas de 2º de Bachillerato, no me parece ni aceptable ni eficaz en la lucha por la igualdad de género, y por eso creo que hay que matizar. Me explico.
En dicho artículo se anima a practicar la sororidad y la definen como “la empatía que tenemos entre nosotras...es la fe ciega en creer en nosotras” Y me pregunto: ¿A quién se incluye en ese "nosotras"? ¿A todas las mujeres? ¿También a las dirigentes del partido ultraderechista VOX? ¿Fe ciega en las afirmaciones de Rocío Monasterio? ¿En las palabras de Alicia Rubio, parlamentaria de la asamblea de Madrid que menospreciaba a Simone de Beauvoir y proponía enseñar “costura” en lugar de “feminismo”?. Ufff! Si la sororidad incluye a esa clase de mujeres, habría que pensárselo dos veces, ¿no?. Según el artículo, “sororidad es el apoyo incondicional entre mujeres” ¿De verdad que hay que apoyar incondicionalmente a las miles ( si no millones) de mujeres que vociferan contra el feminismo, diciendo que es “cáncer”? “Ser mujer” no equivale a “ser feminista”. Mi apoyo lo tienen las feministas.
Si el objetivo de la “sororidad” es el de lanzar la consigna “Mujeres del mundo uníos”, para señalar la existencia de unos intereses comunes a las mujeres y la necesidad de unirse para conseguir los objetivos, me parece perfecto. Cuando a finales del XIX, Marx y Engels lanzaron la consigna “Trabajadores del mundo uníos” pretendían lo mismo pero para el conjunto del proletariado. Pero no cayeron en la ingenuidad de pensar que todos los trabajadores y trabajadoras estaban por la causa proletaria, y que, por tanto, pudieran confiar plenamente en todos los trabajadores, porque entre ellos había (y hay) muchos “esquiroles”. Tampoco pensaron que todos los empresarios y empresarios fueran sus enemigos. El propio Engels nació y se crío en una familia acaudalada, cuyo padre era propietario de empresas textiles, y sin embargo apoyó, y financió, a su amigo y también comunista Karl Marx.
En el artículo también se afirma que “las mujeres debemos estar unidas y gritar con una misma voz”. Y no puedo estar más de acuerdo. Eso es lo que debería pasar. Pero yo lo haría extensible también a los hombres. ¿O es que los hombres no deberían gritar al unísono y el mismo mensaje que las mujeres feministas?
Y esto me lleva a enlazar con el artículo sobre el papel de los hombres en la lucha feminista, firmado por los alumnos de 2º de Bachillerato. Me apoyaré en Simone de Beauvoir. En el párrafo 13 de la Introducción a El segundo sexo (de la editorial Diálogo) afirma la filósofa: “creo que para clarificar la situación de la mujer, las mejor situadas siguen siendo algunas mujeres”, puesto que “(…) conocemos más intimamente que los hombres el mundo femenino porque tenemos en él nuestras raíces” Es decir, que algunas mujeres (nótese que no cae en la ingenuidad de pensar que cualquier mujer, simplemente por el hecho de ser mujer) tendrán una voz más autorizada que la de los hombres en la cuestión feminista, sencillamente porque a toda la teoría, a todos los argumentos, además le pueden añadir la experiencia vivida como mujeres, experiencia de las situaciones concretas (todo sujeto es un sujeto situado) que las mujeres y solo las mujeres pueden vivir como mujeres (el cuerpo vivido). ¡Toda la razón para la filósofa!.
Por otro lado, S. de Beauvoir es consciente de que en una relación Amo-esclavo, los privilegios caen del lado del Amo y “se necesita mucha abnegación para renunciar a plantearse como Sujeto único y absoluto” (párrafo 11) Si lo aplicamos a la relación patriarcal entre Hombre y Mujer, en la que el Hombre se considera Sujeto y a la mujer Objeto (sin proyectos, sin las posibilidades que ofrece la libertad de ser lo que se quiera ser), eso significa que será muy difícil que los Hombre “renuncien” por sí mismos a sus privilegios. Del mismo modo que un rey no renunciará fácilmente a sus derechos dinásticos, ni la burguesía a los lujos que proporciona el dinero, los hombres (en general) no renunciarán a sus privilegios patriarcales con facilidad (lo vemos a diario en muchos hombres). Será difícil, pero no imposible. En el párrafo 109 de la Conclusión llega a afirmar: “no podemos esperar de los opresores un movimiento gratuito de generosidad”. En otras palabras, que lo que las mujeres no peleen por sí mismas va a ser muy difícil que “les caiga del cielo”. La igualdad de género no va a llegar ella solita. Hay que luchar para conseguirla. Pero exactamente lo mismo podríamos decir para los trabajadores: si no luchan por sus derechos, nadie les regalará nada. Y lo mismo de los negros en los EEUU, si no se rebelan contra el racismo, la discriminación racista no desaparecerá porque sí de una sociedad donde la gente blanca mantiene los privilegios.
Pero en esta lucha por la igualdad, S. de Beauvoir no mantiene (ni yo, aunque sea un acto de soberbia ponerme a su altura) que la pelea deba ser exclusivamente de las mujeres, ni siquiera que se hagan a un lado los hombres, como sí defiende el artículo publicado en el Blog (el firmado por los chicos de Bachillerato), donde se afirma que los hombres deben ser “aliados silenciosos” y apoyar “desde la sombra”, o que “el feminismo se ve como un movimiento de mujeres y debe seguir así”. Precisamente quienes defiende que el feminismo es una cuestión de mujeres son quienes "rezan" por que no cuaje, por que fracase. Y siguen la estrategia del “divide y vencerás”. S. de Beauvoir lo tiene claro ( final del párrafo 14 de la Conclusión) cuando afirma que la igualdad de derechos entre mujeres y hombres “solo podría conseguirse gracias a una evolución colectiva”. Y recoge las palabras de Stendhal: “Hay que plantar todo el bosque de golpe”. Es decir, los cambios se deben producir en todos los ámbitos y al mismo tiempo, y con la participación de todas y todos.
Los hombres que estamos en contra de las discriminaciones de género (cada vez en mayor número) tenemos que hacernos muy visibles, y “hacer tanto ruido” como podamos. Y del mismo modo que los blancos pueden y deben participar en el movimiento antiracista, y que hay personas acaudaladas que son verdaderos activistas en la defensa de los derechos de los más desfavorecidos del sistema capitalista; del mismo modo, los hombres debemos estar codo con codo (no detrás, ni en la sombra) con quienes defiendan el feminismo. El único criterio que debe valer para aceptar a alguien en este bando será su verdadero compromiso (en lo teórico y en lo práctico) con la igualdad de derechos de las personas, porque de personas y solo de los derechos de las personas va el tema de la lucha por la igualdad.
Por último, no puedo estar más de acuerdo con S. de Beauvoir cuando afirma al final del párrafo 16 de la conclusión: “El hecho de ser un ser humano es infinitamente más importante que todas las singularidades que distinguen a los seres humanos; la circunstancia, lo dado, nunca confiere superioridades: la “virtud” como la llamaban los antiguos, se define en el nivel de “lo que depende de nosotros”. En ambos sexos se desarrolla el mismo drama de la carne y del espíritu, de la finitud y de la trascendencia; los dos son devorados por el tiempo, la muerte los acecha y ambos sienten la misma esencial necesidad del otro; pueden obtener de su libertad la misma gloria; si supieran disfrutarla, ya no les tentaría disputarse falsos privilegios; y entonces podría nacer entre ellos la fraternidad”.
¡¡No se puede decir mejor!!.
Bueno, para ser coherentes con lo dicho hasta ahora, le pongo un solo “pero” a estas palabras de la filósofa: podría haber cambiado el término “fraternidad” por otro más apropiado. ¿Sororidad? ¡No! Puestos a inventar significados de palabras, ni fraternidad ni sororidad, mejor el término más inclusivo de Hermandad.
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